Partamos de una verdad de puño. El Valle del Cauca cayó en las manos de la pereza y el desgano. El cambio radical en los cultivos, pasando de las pepas a la caña. El vértigo modificante de costumbres en que terminó a la larga convertido el influjo del narcotráfico. La absurda capacidad para cortar cualquier cabeza que sobresalga eliminando las opciones de liderazgo. Todo, al mismo tiempo, llevó al Valle a no dejar hacer nada, a no patrocinar nada y, lo que es peor, a renunciar a la posibilidad de respaldarse en su mayúscula riqueza para asumir la orientación nacio-nal.

No he venido hoy aquí a analizar las razones por las cuales eso se produjo ni a profundizar en sus raíces sociológicas, que las tiene y muy protuberantes . Yo acaso, como novelista de la tierra y como gobernante frustrado, puedo ser uno de los responsables de esas fallas. He venido a sembrar las semillas de lo que Cali y el Valle, su mal llamada clase dirigente, que más parece una asociación de señores feudales egoístas, puede hacer germinar a futuro. He venido, como el orate parado en una de las otrora importantes esquinas del Parque Caicedo, a proponer salidas a la pereza y el facilismo que se apoderó hasta la médula de la vallecaucanidad. Lo hago convencido de que se puede hacer porque estamos en medio del mejor ejemplo de las últimas décadas, el de la transformación de Cali por la consolidación del programa, trastornador pero apabullante, de Jorge Iván Ospina, su MIO y sus megaobras. Contra viento y marea, contra los egoísmos y cegueras, algunas de las veces parapetado filosóficamente en los egoísmos y cegueras de él mismo, el alcalde logró dar en el clavo.

Estamos en medio del mejor ejemplo de las últimas décadas, el de la transformación de Cali por la consolidación del programa, trastornador pero apabullante, de Jorge Iván Ospina, su MIO y sus megaobras.

Estamos en las vísperas de un impacto social profundísimo y deberíamos tomar medidas para que no se vaya a perder en las brumas de la negación sino para que se constituya en el motor de la nueva ciudad. El efecto que generará el MIO cuando intercomunique al par de guetos sobre los cuales se ha construido la ciudad en los últimos 40 años. Cuando con un solo pasaje se pueda venir desde Mojica o desde Manuela Beltrán hasta Unicentro. Cuando los marginados se sientan con igual tranquilidad a pasearse por el parque lineal de Agua Blanca que por Chipichape. En ese día, por razón de un solo pasaje, Cali tiene la oportunidad de permitirle a los privilegiados pero atemorizados que puedan caminar también tranquilamente por las calles del Distrito.

Solo buscando elementos y tareas comunes puede integrarse una ciudad dividida tan estruendosamente.

Veamos: Si Cali volviera sobre sus pasos y se convirtiera en el gran epicentro de las actividades de todo el suroccidente colombiano y, en especial, de la costa pacífica y no en la carpa de refugio de todos los desplazados de la zona geográfica.
Si los inversionistas de Cali desviaran sus ojos y su capital hacia la industria pesquera del mar Pacífico y no le tuvieran miedo ni empalago a montar las grandes transformadoras de pescado en Buenaventura o en Tumaco.
Si el capital de Cali y el Valle se volcara para hacer rentable la producción lechera en Nariño o vendible la cebada cultivada en esas tierras frías.
Si toda la inventiva valluna se hiciera presente para traer el capital extranjero a la minería de río o a la montaña inhóspita de la cordillera Occidental repleta de oro, otro sería el cantar. En vez de permitir miles de dragas locas barequeando el paisaje y destruyendo la ecología sería mejor hacer parte del capital canadiense o sudafricano que tiene intereses auríferos desbocados pero modernos y rentables.

Si los inversionistas de Cali desviaran sus ojos y su capital hacia la industria pesquera del mar Pacífico y no le tuvieran miedo ni empalago a montar las grandes transformadoras de pescado en Buenaventura o en Tumaco, tal vez así encontraran los vallecaucanos una entidad en donde convergieran todas esas ilusiones y las experiencias y con esa entidad reemplazáramos la falta de liderazgo

Si el Valle se diera cuenta que en Buenaventura caben cuatro puertos y no se pusiera a montar trincheras acuíferas entre los esfuerzos de Oscar Isaza o los de Carlos Arcesio Paz cuando lo que tiene que hacer es un esfuerzo mayúsculo para que el canal de acceso esté mucho más profundo que los odios estúpidos que alimentan la actividad portuaria en la región.

Si la Cámara de Comercio fuera un punto de encuentro de voluntades y no el coto de caza por el cual compiten ambiciones pingües.

Si el Valle se diera cuenta que entre Huasanó y La Virginia, entre La Honda y Santa Ana hay un potencial mayúsculo para volver súper rentable una tierra y dejara de seguir hablando de cómo hicieron plata los Grajales sembrando las frutas que todos deberían estar sembrando y exportando.

Si asumiéramos el desvío de las aguas del río La Vieja para irrigar desde Zarzal hasta Cartago y volviéramos el agua del Cauca lo mismo que hicieron en la época precolombina los indios Motúa, un sistema natural de riego desde Bolívar hasta el río Risaralda y allí sembráramos frutas al por mayor.

Tal vez así encontraran los vallecaucanos una entidad en donde convergieran todas esas ilusiones y las experiencias y con esa entidad reemplazáramos la falta de liderazgo, otro sería el cantar y uno muy distinto el recorrido del futuro.

No se pueden seguir patrocinando, en estas épocas tan modernas y tan llenas de adelantos comprobables con programas de computador, ideas emocionales que no resisten un análisis de cifras. Entiendo bien que estamos en la bonanza de la caña y ello conlleva un grado de comodidad para quienes viven de ella y, sobre todo, para quienes irradian desde los ingenios azucareros el bienestar y el modus vivendi de por lo menos 19 de los 42 municipios del Valle del Cauca.
Pero la felicidad del azúcar no es eterna, la protegida subvención del etanol más temprano que tarde se debe derrumbar y si no se asume desde Cali, con dirección y entusiasmo, la refacción de la economía de la región con la utilización de nuevas opciones, nos pasará lo de todos los territorios que han soportado bonanzas y al final siempre encuentran el vacío.

¿Qué tal si convierten a Cali y el Valle en el epicentro de la medicina regional latinoamericana y sobre sus clínicas y hospitales, sobre sus universidades y su capital humano, sus hoteles y sus nexos construyen el más grande centro de atención médica de América Latina? Imaginarlo no es un delito, conseguirlo un reto muy factible. Al lado de ese progreso, obviamente, crecería la mentalidad y la oferta universitaria y educativa de Cali y la ciudad volvería a ser el polo de formación de todo un país, y por qué no, de una gran región latinoamericana. La calidad y magnitud de la atención médica o universitaria no le hace daño a nadie, por el contrario, genera una demanda hotelera y un crecimiento desbordado de cerebros que ayuden a marchar vertiginosamente hacia adelante.

El problema de los lixiviados de Navarro es mayúsculo, y aunque todos lo esconden para no preocuparse, tiene solución. 

¿Y por qué no pensar en soluciones mayúsculas a los problemas que la agobian y no seguir insistiendo en soluciones micros que sólo sirven para engrosar el capital de unos pequeños propietarios de tierras? ¿Por qué no pensar seriamente en salvar el gran obstáculo en que se han convertido el acumulado de lixiviados del basuro de Navarro, la línea del ferrocarril y el acueducto de Puerto Mallarino?

El problema de los lixiviados de Navarro es mayúsculo, y aunque todos lo esconden para no preocuparse, tiene solución. Las piscinas están que se derraman y todos esos lixiviados caerán al canal de CVC, que desemboca 200 metros antes de la bocatoma del acueducto de Puerto Mallarino.
Pero los lixiviados sí pueden ser trasladados en carros cisternas al relleno sanitario de Yotoco, donde existe una planta de tratamiento de ellos totalmente subutilizada.

Ideas hay muchas. Aun cuando pueda ser presentado como un despilfarro de la imaginación de Abadía, nada más rentable ni futurista que realizar una de las obras de las vigencias futuras, el ramal del ferrocarril de Guacarí al relleno sanitario de Yotoco para llevar a ese epicentro todas las basuras del Valle sin causar más traumatismos emocionales a lo largo y ancho de nuestra geografía y así volver rentable el ferrocarril que dejamos morir porque por él no transportamos ni caña ni basura ni pasajeros.

Y nada más fácil resulta convencer a los paisas dueños de la Epsa para que cierren la salida de las aguas de Calima por el río Bravo y la traigan entubada hasta Cali, con un chorrito diario que producirá en dos micro centrales eléctricas un 30% más de energía anual que la que hoy se consigue en las gigantescas turbinas allá instaladas prendidas dos veces al año. Con esa agua traída por gravedad se ahorrarían los altos costos de la energía que genera Puerto Mallarino y el negocio sería redondo, no cuadriculado y torpe como el que pretenden haciendo una represa en Pichindé con las famélicas aguas de un río que recogido arriba no existiría más como vértebra de la realidad urbanística de Cali.

No existiendo émulos de Manuel Carvajal Sinisterra, de Bernardo Garcés Córdoba o de Alfonso Bonilla Aragón, debe concentrarse el esfuerzo en una gran entidad que no repita las torpezas de Planeta Valle ni se quede estancada políticamente como la Unidad de Acción Vallecaucana. No puede repetirse el error de tener una entidad que haga las veces de arregla todo y al mismo tiempo de arregla nada, como dolorosamente terminó siendo la Cámara de Comercio. Es cuestión de voluntades y de pensar que en vez de las aguas contaminadas de los lixiviados de Navarro que llegan a la bocatoma del acueducto de Puerto Mallarino, en Cali deben bañarse con el agua del Calima.